Herminio Almendros y la Generación del 27

Algunas cartas inéditas desde su exilio cubano.

Jesús Gómez Cortés

La vida de Herminio Almendros (Almansa, 1898-La Habana, 1974) constituye un paradigma de los anhelos y frustraciones de lo que ha sido el siglo XX. Hijo único nacido en el seno de una modesta familia ferroviaria en el año en que se pierden las últimas colonias, encamará a lo largo de su vida el ideal regeneracionista; cursará estudios de magisterio en Albacete y Alicante, hará el servicio militar en África en plena escalada bélica en Marruecos, continuará su formación en la selectiva Escuela de Estudios Superiores del Magisterio de Madrid, donde terminará como número uno de su promoción, frecuentará el Ateneo y se embeberá del ambiente intelectual de la capital, asumiendo los ideales de la Institución Libre de Enseñanza; obtendrá su primer destino profesional en Villablino (León) como director de un centro de la Fundación Sierra Pambley, dependiente de la I.L.E.; allí se casará con María Cuyás, una alumna de la misma Escuela de una promoción posterior a la suya; en 1929, obtienen destinos como inspectores de enseñanza primaria en Lérida, donde entrará en contacto con la pedagogía Freinet; tras un fugaz paso por Huesca, ambos terminarán como inspectores en Barcelona, donde colaborará con la recién creada Sección de Pedagogía de la Universidad de Barcelona apostando decididamente por la introducción y difusión de la pedagogía Freinet: su libro La imprenta en la escuela (1932) fue la primera obra que se publicó sobre estas técnicas en lengua no francesa; en 1936, será nombrado inspector-jefe y participó en el proyecto del "Consell de l’Escola Nova Unificada" que estructuraba todos los niveles educativos desde preescolar hasta la Universidad; en enero de 1939, atravesará los Pirineos en dirección a Francia acompañado por el filósofo José Ferrater Mora, con quien tenía una entrañable amistad; fue acogido por la familia de Freinet pero las precarias circunstancias del momento le impulsan a marchar de nuevo. Por mediación de su íntimo amigo Alejandro Casona partirá hacia Cuba. En este país no se le reconocerán sus estudios y méritos profesionales, por lo que tendrá que empezar de nuevo: en 1952 se doctora por la Universidad de Oriente en Santiago, con una tesis titulada La inspección escolar y pasó a trabajar como asesor en el Ministerio de Educación cubano; la dictadura de Batista supuso perder su puesto, pero es contratado por la UNESCO y destinado a la Escuela Internacional de la Organización de Estados Americanos, ubicada en Rubio (Venezuela). Regresó a Cuba unos días antes del triunfo de Fidel Castro; el nuevo ministro de educación, Armando Hart, le nombró su principal asesor como Director General de Educación Rural; posteriormente fue delegado de la Editora Nacional y Director de la Editora Juvenil. Desde este puesto impulsó la publicación de libros de lectura para niños en los que supo conjugar el atractivo de la historia con la calidad literaria y la intencionalidad educativa. El valor literario de la obra de Almendros es tal que el paso del tiempo no ha disminuido su atractivo e interés; por otro lado, el aprendizaje de la lengua como instrumento de comunicación, fue uno de los temas que más le preocupó. Su trayectoria como escritor es de carácter enciclopédico: publicó más de 40 obras, sin contar varios centenares de artículos periodísticos y prólogos de libros; pero de entre toda ésta fecunda labor, los libros de divulgación sobre José Martí -el padre de la independencia cubana en el 98-, junto a los libros de lectura infantiles, le proporcionaron fama en toda la América Latina; en 1981, en una encuesta entre los alumnos de enseñanza secundaria cubanos, Herminio Almendros era el tercer escritor más conocido en una lista encabezada por Julio Verne e Isaac Asimov.

 

Pero esta prolífica y variada labor literaria, en paralelo a su labor docente, no se entiende si no conocemos sus inquietudes literarias desde sus años de formación en Almansa que le marcarían a lo largo de su vida. En este sentido, el descubrimiento de cuatro cartas inéditas (de principios de la década de los 60) remitidas desde su exilio cubano a sus más íntimos amigos de Almansa, nos permiten no sólo desvelar esas inquietudes, sino también "oír" la voz de nuestro personaje valorando su presente: su preocupación por su hijo Nestor (en los años en que lucha por abrirse paso como fotógrafo de cine, lejos aún de 1977, momento en que la concesión del Oscar de Hollywood le reportarán el público reconocimiento y la fama); pero también evocando el pasado cuando escribe sobre los años que pasó en Cataluña. En definitiva, estas cartas, magistralmente escritas, nos aportan una visión complementaria de nuestro personaje y de cómo formó parte de una auténtica generación de escritores que desde la prensa y las tertulias locales, se enmarcaban en ese renacer cultural que caracterizó al país a finales de la década de los 20 y que eclosionó con la proclamación de la II República.